Magaly Moro

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Hola, soy Magaly Moro y leo todos los días tu caso del corazón para darte un consejo. Siempre protejo la identidad de las personas que me escriben porque esta historia podría ser la de cualquiera.

El amor nos impulsa a ser mejores personas, pero también nos puede cegar y poner contra la espada y la pared. En este espacio recibirás un consejo, el consejo de una amiga anónima. Ojo, esto no es una terapia. En muchos casos sí es importante recurrir a una, ya sea solo o en pareja.

Hoy te cuento la historia de Mariela, de 37 años, del Callao

Doctora, Magaly, es la primera vez que le escribo. Juan y yo decidimos convivir después de tres años de relación. Estábamos emocionados por este nuevo paso, pero las emociones se nos cruzaron en la mudanza.

Todo empezó con una discusión tonta: dónde colocar el televisor. Yo quería ponerlo en un centro de entretenimiento, mientras que él insistía en que debía ir en un rack.

Al principio era solo una diferencia de opiniones, pero pronto se convirtió en una gran pelea.Yo, furiosa, le solté un “¡Haz lo que quieras!” y me encerré en el cuarto a dormir.

No quería hablar con él ni mirarlo. Pero dos horas después, volvió al departamento y me preguntó con tono tranquilo si quería comer pollito broaster.“Sí”, le contesté secamente, aunque le aclaré que seguía molesta y que no lo había perdonado.

Minutos después, ya estábamos sentados en la mesa, riendo y disfrutando de ese pollo, con todas sus cremas, que él había traído.

Juan me confesó que había ido a comprarlo porque sabía que era la única forma de que volviera a hablarle y, tal vez, de que lo pude evitar sentirme un poco mal.

Por un lado, me di cuenta de que cedí muy rápido; por el otro, tengo miedo de que en el futuro, cada vez que tengamos un problema, Juan intente solucionarlo con un pollo broaster o algo similar. ¿Y si algún día la situación es más seria? ¿Qué pasará entonces? Necesito su consejo.