El restaurador de sus raíces
El restaurador de sus raíces

Cuando su hija Viviana le pidió en el año 2000 visitar el pueblo donde él nació, no lo pensó dos veces. Carlos Salcedo Verástegui armó las maletas y junto a toda su familia partió de Estados Unidos con rumbo al Perú. El destino final de aquel emocionante viaje fue el caserío de Mariscal La Mar, en Chepén (La Libertad), lugar en el que vivió hasta la adolescencia.
Después de 40 años, el experimentado jinete volvió a pisar su tierra y, de inmediato, cumplió el primer deseo de su primogénita: conocer el colegio que lo cobijó durante la infancia. Al llegar, ambos quedaron sorprendidos con lo que vieron. La Institución Educativa N° 80394, rodeada de dos acequias, estaba en total abandono y sin alumnos.
“Sentí mucha tristeza al verla así y mi hija quedó desconcertada porque las escuelas en Estados Unidos parecen universidades”, recuerda. Afligido por la escena preguntó a los vecinos si el colegio aún funcionaba. La respuesta que recibió le causó preocupación. “Me dijeron que algunos niños estudiaban en un campo deportivo y otros en la casa de una señora”, refiere.

MANOS A LA OBRA. La pena que sintió el hombre de 62 años se sustentaba en sus recuerdos. Aquella escuela de adobe y barro había sido su hogar por seis años y, como tal, dejó una huella imborrable en su corazón. Debido a que su madre lo abandonó de pequeño y su padre no vivía con él, la directora y los profesores asumieron esos roles dándole cariño e inculcándole valores.
Este particular sentimiento hacia el centro educativo lo hizo tomar una decisión, que recién pudo concretar años después. “Decidí reconstruirlo por completo, aunque esto significara todo un reto”, cuenta. Salcedo y su familia regresaron a Miami con el propósito de realizar actividades para obtener fondos y hacer realidad su sueño.
Aunque el camino iba a ser complicado, el menudo y pequeño padre de familia estaba seguro de que iba a lograr su objetivo, tal y como sucedió a sus 17 años, cuando se propuso dejar Chepén para construirse un futuro en Lima. Tras 16 horas de viaje a pie y en distintos carros, llegó a la capital con un solo dato: la dirección de un primo que era boxeador.

OBJETIVOS CUMPLIDOS. Salcedo venía con la esperanza de dedicarse a la música, pero su vida tomó otro rumbo. Por cosas del azar, conoció a un aficionado a la hípica que le ofreció enseñarle el deporte, pues contaba con el peso y la talla adecuados. “Acepté ya que iba a tener hospedaje y comida en el Hipódromo de Monterrico”, confiesa.
Convertirse en aprendiz fue una tarea dura. Todos los días despertaba a las 5 de la mañana, montaba cinco caballos y recorría la pista de práctica. De esta forma, fortalecía el equilibrio y sus piernas se adaptaban al cuerpo de este animal. Después de unos meses, empezó a trotar hasta que corrió, por primera vez, en 1978.
La pasión por la equitación lo llevó a países como Panamá, Colombia, Ecuador y Estados Unidos. En este último territorio tuvo la oportunidad de quedarse por el gran desempeño que demostró y fue así como sacó adelante a su esposa y sus tres hijos, quienes ahora son profesionales exitosos.
Con esa misma entrega y fuerza demostrada en su juventud, reunió por varios años todo el dinero que le fue posible y volvió al Perú, hace 7, para reconstruir su colegio desde los cimientos. El avance ha sido progresivo, pero aún faltan los acabados. Salcedo invita a que políticos y empresarios se sumen a esta obra por la que nunca dejará de luchar.