Los callejones de Lima mueren de pie
Los callejones de Lima mueren de pie

“Yo nací en este callejón de Corazón de Jesús, cuando el piso era de tierra, tenía dos caños y dos duchas y se pagaba S/.20 por una vivienda de cuatro habitaciones”, dice Luisa Cuya vda. de Chumbirura, de 87 años, vecina de uno de esos diminutos barrios que inspiraron a los viejos bardos criollos a plasmar en música el taconear del crujiente piso del cuartito 16 y las mataperradas de la Palizada de Karamanduca. Han pasado más de 50 años y esos viejos callejones aún persisten en Barrios Altos, pero sin el romance y la zumba limeña. Ya no salen de allí los vendedores de “revolución caliente”, pero sí algunos “faites”. Los viejos corredores han sido absorbidos por edificaciones informales de un edificio aledaño que raja sus paredes; y unos cuantos vecinos nostálgicos conviven con cuartos alquilados para almacenes de mercadería.

Corazón de Jesús. El callejón Corazón de Jesús, denominado a inicios del siglo XX como “Los Tísicos” porque se quemaban cadáveres de tuberculosos en el frontis, es uno de eso sitios escondidos en Miguel Aljovin 320 que ostenta la imagen del Nazareno que aún sale en procesión. Doña Luisa, costurera desde los 18 años, compró hace 55 años la casa de puerta 60, donde vivió con su madre y abuela. Allí conoció a su esposo y se casó. Todos dejaron de usar el cañito solidario, punto de reunión de vecinas y bateas. Las casas tuvieron sus propios servicios y se perdió la buena vecindad.
“Ya no hay fiesta de Año Nuevo, ni jarana de carnaval”, comenta doña Luisa, quien pasó tres terremotos (1940, 1974 y 2007) y su casa no se cayó. “Ellos (los callejones) mueren de pie”, comentó.
La confianza. El periodista César Augusto Dávila, funcionario de la Beneficencia de Lima, vivió en el callejón San Antonio de Jr. Mapirí (Miguel Aljovín) 475, en los tiempos en que era habitado por obreros jaraneros de rompe y raja. El niño César jugaba a la bolita en el piso de tierra y cruzaba la pista para buscar amigos en otros callejones. En el 366 estaba el “Callejón de los Hombres Solos”, porque solo vivían jóvenes solteros. En la cuadra cuatro estaba el “Callejón de la Raspadilla” porque un vecino vendía allí el rico dulce de hielo. Pero su mayor recuerdo está en el “Callejón de La Confianza”, de la cuadra 9 del jirón Puno, una ciudadela dentro de Lima con tres puertas de salida y un centenar de familias de raza negra. Era tan grande que tenía varios patios, una peña criolla y hasta un parvulario.
Ese solar, donado por María Pardo Barreda de Ayulo (hermana del presidente José Pardo) a 400 familias descendientes de esclavos suyos, fue lugar obligado para la fiesta criolla, donde el pisco se tomaba en jarra al son del cajón y César Augusto era apodado “Niño Dios” por ser el único niño blanco.
El terremoto de 1940 trajo la tragedia. César, de 5 años, estaba en el “parvulichi” cuando empezó el remezón, salió hacia una de sus puertas y salvó su vida. Sus diez compañeros y la maestra murieron aplastados por una pared. El resto del callejón quedó intacto.

Cantinflas y la Virgen. “La Confianza” aún existe en medio de la vorágine vehicular, aunque la modernidad ha recortado su extensión. “Dicen que antes llegaba hasta la avenida Grau”, comenta Dioni Mere Dávalos (67), vecina nacida en esa vieja ciudadela. Ahora solo quedan seis inquilinos. El resto son tiendas de artefactos y almacenes de vendedores de Mesa Redonda.
La capilla de San Antonio de Padua de 1915, patrimonio histórico desde el 2006, guarda la imagen del santo patrono, además de la Virgen del Carmen. La campana que se usaba para llamar a los vecinos fue robada. Sin embargo, persiste el fervor de Dioni y algunos exvecinos que siguen organizando la fiesta de la Virgen. Cuentan que en 1960 se arrodillaron ante la santa imagen una veintena de efectivos que intentaron embargar el lugar por una despiadada orden de descerraje. Dos años después, se arrodilló el actor Mario Moreno Cantinflas. Había venido de incógnito a Lima, pero se descubrió el sombrero ante la sagrada imagen para rezar.