Zaña, el pueblo que gira en torno a la rica tradición de las ruinas de San Agustín
Zaña, el pueblo que gira en torno a la rica tradición de las ruinas de San Agustín

Un pueblo y mil historias. Historias contadas en décimas. “Nací en la ciudad de Zaña, tierra de magia y encanto, de gente que quiero tanto, de checo, lundero, Zaña”. Antonieta Samamé Cossio tiene 70 años y todos los días recita sus versos a los turistas que llegan a las ruinas del convento de San Agustín, la joya arquitectónica que data de la época colonial y cuya presencia en el corazón zañero es como la de un gigante dormido para siempre, glorioso y pacífico.

Doña Antonieta conoce la historia que guarda cada ladrillo del convento. Sentada a un costado del ingreso, con sus lentes oscuros y su gorra para el sol, ella confiesa que su vínculo con el titán caído es también su medicina contra la tristeza. “En mi casa es para estar llorando, en cambio aquí no. Me entretengo, hago reír a la gente, recito versos de “Brando” (Hildebrando Briones, decimista de Zaña). Aquí estoy tranquila”, dice.

HERENCIA

La familia de Antonieta siempre ha vivido en Zaña. Ella solo tiene un hijo, Alfredo, de 38 años, quien vive en Lima y la visita con frecuencia. El dolor en el alma de la señora Antonieta tiene otro origen: un accidente ocurrido hace mucho tiempo y que explica las enormes gafas para el sol que conforman sus rasgos distintivos.

“A mí me golpearon mis ojos con una rama de uña de gato. Había ido con una mayorcita al puente colgante y no me había dado cuenta de que la señora estaba recogiendo unas ramas. Cuando levanto mi cara, una de ellas me cae y me destruye los ojos. Me llevaron a Lima y todo, pero no dio resultado”, recuerda.

Luego Antonieta empezó a conocer más sobre la historia del convento. Se podría decir que la herencia pasó de hijo a madre. Escuchando a Alfredo, quien trabajaba como guía en el lugar, ella fue aprendiendo más sobre el tema. “Antes llegaba y desde afuerita empezaba a recitarle décimas a la gente, hasta que luego les dije a los encargados que quería entrar como guía”. Hoy, ella forma parte esencial del convento, la voz que traduce las vivencias de antaño. No es una voz solitaria, felizmente.

OTROS GUÍAS

Como toda buena colección de historias, a Zaña no le podía faltar una de piratas. Se cuenta que en 1686, el elegante pillo británico Edward Davis llegó para saquear la ciudad y llevarse la riqueza de las familias más acomodadas. “Se instaló frente a la iglesia matriz y amenazó con seguir saqueando si no le entregaban todo”, cuenta Joel Díaz Delgado, mientras apunta hacia una fachada casi destruida, milagrosamente en pie, que se puede ver desde una ventana en San Agustín.

Joel, de 39 años, es uno de los jóvenes que también trabaja como guía en el convento. Su pasión es la poesía y el canto, pero dice que estar sobre el escenario no es tan difícil como pararse frente a los turistas y hablar sobre la historia de Zaña. Es un reto, por eso le gusta.

La persistencia del pueblo zañero parece reflejada en San Agustín: destruido en 1720 por el fenómeno El Niño que asoló la ciudad. La majestuosa edificación sigue imponente y la belleza de su arquitectura aún causa sorpresa en los visitantes.

Con sus 432 años de antigüedad, el convento de San Agustín parece dormido. Sus latidos son los de gente como Joel o la señora Antonieta, que cuentan su historia con tanto amor.

Una canción despide a los turistas, entonada por la señora de lentes oscuros y gorra, que está sentada al ingreso del lugar: “Zaña, Zaña mía, llevas en tu seno el vivo recuerdo de mi juventud. De no ser el río, testigo es el tiempo, quizás ahora fueras la capital del Perú”.

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