Entre fines del siglo XVIII e inicios del XIX, no existía aún una noción científica de “nutrición” como la entendemos hoy. Sin embargo, la relación entre alimento y salud sí estaba presente, basada en saberes tradicionales, religiosos y médicos de la época.

Según estudios de Rosario Olivas Weston, muchas recomendaciones alimentarias provenían de la medicina hipocrática, que clasificaba los alimentos por su “temperamento” (fríos, calientes, húmedos, secos) y sugería combinaciones para mantener el equilibrio del cuerpo. También se creía que ciertos alimentos fortalecían el ánimo o el cuerpo, especialmente en la enfermedad o en el parto.

Los conventos, boticas y familias acomodadas tenían recetarios caseros que mezclaban cocina y remedios. Aunque no se hablaba de vitaminas o proteínas, ya se valoraban productos como el caldo de gallina, el maíz o las hierbas andinas por sus efectos en la recuperación y el bienestar físico.

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