¡Qué tal! En Perú, de alguna manera, el nos ha clavado sus cuchillos a todos por la espalda. Y las lágrimas no cesan porque el virus se torna cada vez más invasivo, en cierta parte –hay que decirlo–, por la desidia de la población para acatar las medidas de prevención, y, en otra, sobre todo en Europa y Sudáfrica, por un agregado extra: la mutación del coronavirus, mismo serial televisivo de terror, en cepas más contagiosas.

¿Quién no ha perdido un familiar, un ser querido, un amigo o un vecino a causa de la pandemia? Y los deudos de aquellos 38 mil compatriotas que hasta el momento no pudo salvar el precario sistema de salud nacional, aún no salen del luto y cubren su dolor con un manto negro de insoportable tristeza.

A veces uno muere en vida por las heridas que tiene en el alma.

Los psicólogos hablan de “emociones positivas” que habría que recordar, a manera de catarsis, en una coyuntura tan aciaga.

ALEGRÍA (de estar vivos, sobrellevando el mal), AGRADECIMIENTO (a los miles de peruanos que sí cumplen los protocolos, contra viento y marea), ORGULLO (de ser más grandes que nuestros problemas, a pesar de la clase política que tenemos, que recién pudo conseguir un poco de vacunas), entre otras. Y también los psicólogos consignan las “emociones negativas”, que igual debemos poner sobre el tapete.

IRA (por pela del Legislativo y el Ejecutivo en plena crisis sanitaria), ASCO (a los actos de corrupción, prácticamente en todos los niveles del gobierno), VERGÜENZA (somos uno de los países con más fallecidos en Latinoamérica), INDIGNACIÓN (porque muchos creen que la patria es un botín) y RESENTIMIENTO (por tantos connacionales que partieron, algunos sin despedirse. Un réquiem en su nombre). La cifra actual de víctimas del hijo de Wuhan es de 38,280, con 6666, casi una cifra diabólica, de pacientes internados.

Tengo dos amigos que están hospitalizados en plena guerra con el virus. Ustedes ganarán, estoy seguro. Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, hasta mañana.

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