Qué tal. Ganarle a Chile es una sensación extraordinaria, casi de revancha histórica. Perder con Chile, nos hiere el alma y lacera nuestro orgullo pelotero. -- Derrotar a los chilenos implica una fiesta nacional interminable. Caer frente a los chilenos nos revienta el hígado.
-- Vencer a los mapochos nos alegra el corazón, con la diástole y la sístole bombeando un corajudo: ¡Arriba Perú! Sucumbir ante los mapochos es un trago amargo, como el cañazo que usurpan como pisco.
-- Tumbar a los sureños nos recuerda la frase de Francisco Bolognesi: “Tengo deberes sagrados que cumplir y los cumpliré hasta quemar el último cartucho”. Si fracasamos con los sureños, ojalá que no por culpa del juez o del VAR, como ya ocurrió con Brasil, chita la payasá.
--- Si la victoria nos toca, retumbará con más fuerza el “cómo no te voy a querer, si eres el país bendito que me vio nacer”. Y si la derrota nos alcanza, evocaremos a Pablo Neruda y “puedo escribir los versos más tristes esta noche”
-- Someter a La Roja, un viernes 13 y en su propia casa, nos haría olvidar por un momento la nefasta clase política que tenemos. Si regresamos sin puntos de Santiago, habrá que echarle la culpa a Merino. ¿Por qué? Por si acaso.
-- Batir a los dirigidos por el colombiano Rueda nos pondría en carrera a Qatar 2022. Si no la hacemos, en un partido tan importante, Gareca tendrá que ponerse a pensá.
-- En este preciso momento la bicolor está jugando sus cartas frente a los de la estrella solitaria. ¡Vamos Pulga, vamos Lapadula, Vamos “Orejas”, vamos “tigres”. Que se haga victoria nuestra gratitud.
En hora de perder el miedo escénico, hacer pedazos la historia y ganar en Santiago. Esto fue todo por hoy, cierro el ojo crítico, esta vez pelotero, hasta el lunes