¡Hola, sobrino! El año pasado nuestra economía avanzaba más lenta que una tortuga, pero estos últimos meses parece que ya están soplando los primeros vientos de recuperación. Te cuento: en estos nueve meses del año hemos crecido un 3%, lo cual es una señal de que nuestra producción está mejorando.

El número no está mal, pero pongámoslo en perspectiva: antes crecíamos al 6%, ¡el doble! Esto importa, sobrino, porque cuando la economía crece, hay más trabajo y menos pobreza. Si bien el empleo ha mejorado un poco desde la pandemia, aquí está el problema: la calidad del trabajo está por los suelos. Hay más informalidad, menos jóvenes empleados y muchos ganando por debajo del sueldo mínimo.

Esto es preocupante, sobrino. Sin empleos de calidad, las familias no pueden ahorrar ni progresar. ¿Qué necesitamos? Confianza en el país, en sus reglas y en el futuro, para atraer más inversión privada. Este es el motor que impulsa la economía y, si lo dejamos apagado, nos costará caro: menos trabajo, más pobreza y una peor calidad de vida para todos. Así que, ¡a ponernos las pilas!

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