La inflamación es una herramienta natural del cuerpo para defenderse. Cuando sufrimos una herida o una infección, nuestro sistema inmune responde con inflamación para curar y proteger. Pero ¿qué pasa si esa señal de alerta nunca se apaga?

Cuando la respuesta inflamatoria permanece activa por semanas, meses o incluso años, afecta al organismo y se ha vinculado con más del 50 % de las muertes globales, debido a enfermedades como diabetes, hipertensión, cáncer, Alzheimer o trastornos autoinmunes. El cuerpo permanece en un estado constante de defensa, lo que compromete la salud del corazón, el metabolismo, el estado de ánimo y hasta el sistema nervioso.

Diversos factores del estilo de vida moderno alimentan este desequilibrio: una dieta basada en alimentos ultraprocesados, el estrés persistente, la falta de actividad física, el mal descanso y el consumo de sustancias tóxicas. Incluso la disbiosis intestinal, es decir, un desequilibrio en la flora bacteriana, influye directamente en la inflamación.

La buena noticia es que pequeñas decisiones diarias ayudan a prevenirla. El cuerpo tiene la capacidad natural de autorregularse cuando se le ofrece un entorno favorable, y ese entorno se construye desde el plato y el estilo de vida.

Una alimentación rica en verduras, cereales integrales, legumbres y grasas saludables es un poderoso escudo contra la inflamación. Las semillas de chía, el aceite de oliva extra virgen, los frutos secos y alimentos fermentados como el chucrut o el kéfir son aliados para una microbiota intestinal equilibrada, clave en este proceso.

Además, moverse a diario, respirar profundo, mantener horarios de sueño regulares y reducir el estrés emocional aporta armonía al sistema inmune. Evitar ultraprocesados, comidas rápidas, azúcares añadidos, sedentarismo y exposición a contaminantes ambientales marca la diferencia. Una vida más consciente, con alimentos reales y conexión con lo esencial, puede cambiar el destino de nuestra salud.

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