Aunque la genética puede aumentar el riesgo de cáncer, la forma en que comemos y nos movemos juega un papel crucial en su prevención y tratamiento. Se estima que hasta un 40% de los casos de cáncer pueden evitarse con un estilo de vida saludable.

La dieta influye directamente: consumir más frutas, verduras, fibra y grasas saludables reduce la inflamación y el daño celular. Evitar el exceso de azúcar, carnes procesadas y alimentos ultraprocesados también es beneficioso. Por otro lado, el ejercicio mantiene el sistema inmune activo y reduce hormonas como el estrógeno y la insulina, que pueden promover ciertos tipos de cáncer en personas susceptibles. Realizar al menos 150 minutos de actividad moderada a la semana ya marca la diferencia.

Si bien no hay garantías absolutas, un estilo de vida saludable puede contrarrestar incluso la predisposición genética, otorgándonos más años de bienestar.

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