Si , premonitoriamente, dijo “un comercial y no regreso”, su hijo menor , el último de la dinastía, partió en el más completo silencio, asistido únicamente por su pareja de siempre, Alfredo Caballero.

Los males, como la diabetes, en los últimos años, lo llevaron a refugiarse en el distrito de Jequetepeque, Pacasmayo, en el norte del país, y, la madrugada de este martes, a los 69 años, partió al encuentro con su padre, el otrora tótem de la televisión peruana, y de sus hermanos.

Se habla de una maldición de los Ferrando: la diabetes, precisamente, ese enemigo silencioso que lo padeció casi toda la familia. Lo cierto es que el elenco que conformó el legendario Trampolín a la fama nunca recibió los homenajes y tributos que se merecía. Cosa que laceraba el corazón de Juan Carlos.

Y es que así solemos ser los peruanos: ingratos con la gente que nos hace felices. La carcajada es un bien preciado, tanto como la sonrisa. Curan. Sanan. Y si las propiciamos en un niño, la gloria celestial está asegurada.

Martha Hildebrandt dijo que el set de Ferrando parecía una pulpería. Y efectivamente lo era. Y Magaly Medina lo remató en Fuego Cruzado acusándolo de hacer de la necesidad de la gente un espectáculo. Qué ironías de la vida, ¿verdad? Ahora todos queremos un bono.

Por eso es que Augusto Ferrando se fue en “olor de santidad” y de multitud, por supuesto. Y ahora se llevó al último de sus descendientes, Juan Carlos, un activista siempre en buena onda que se descubrió solo y que va rumbo a la peña que seguramente ya armó don Augusto en cualquier cielo que se encuentre.

Descanse en paz, don Juan Carlos.

Esto fue todo por hoy, cierro este ojo no tan crítico, hasta mañana.